Por: José Alfredo Figueroa Galindo y María Araceli Mejía Barrón.
Educar es formar, hacer crecer en todas sus capacidades al ser humano. Hacerlo dueño de su historia como especie y como parte de una sociedad determinada. Hacerlo dueño de su presente y darle los instrumentos necesarios para construirse el futuro que proyecta para él y para cuantos lo rodean.
La educación hace crecer la conciencia del individuo respecto a su libertad, a su dignidad y al derecho inalienable de ser respetado por todos, sin excusas ni pretextos.
Una persona educada tiene los instrumentos necesarios para hacerse culto, esto es, para cultivarse, para entender, en este cultivo, que únicamente el otro lo constituye en un yo. Es decir, en la medida que se cultiva es capaz de entender que hay otros con iguales derechos e igual dignidad. La comprensión de esta alternidad lo conduce a intentar armonizar con los demás, y para ello es necesario que el individuo ceda, otorgue y reciba lo que los demás le pueden aportar. Todo esto sobre la base de la no violencia. No violencia física, psicológica, económica, o de cualquier otra índole.
La Escuela Nacional Preparatoria (ENP), desde hace más de 140 años, ha respondido a las necesidades del país en sus diferentes momentos históricos. Surgida en una época crucial de México, aceptó el reto de formar a un hombre nuevo para que éste, a su vez, formara una nueva nación. Nuevo en el sentido de ver al mundo con una visión distinta a la anterior, donde la violencia fue la constante por casi 60 años. Nuevo en el sentido de que el mundo lo vería a él como un ser distinto, surgido en el mismo momento en el que la nación se recreaba a sí misma.
Los primeros años de la ENP fueron, lo mismo que para el país, época de consolidación de la paz. Sin embargo, paradójicamente, para conseguir la paz tuvieron que luchar, solo que ahora lo hicieron con las armas de la razón y de la educación.
En estos últimos años, particularmente en la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI, la interacción económica, política, social y cultural a nivel mundial han propiciado grandes cambios en nuestra sociedad. Lo mismo que a principios del siglo XX, la educación se hace necesaria para preservar la fuerza que la nación quiere erigir. Hoy, estamos inmersos en un sistema económico neoliberal, globalizador, en donde el intercambio de información respecto a los avances científicos y tecnológicos es casi inmediato, y, por lo tanto, los individuos se ven impactados en sus conductas, forma de vida y la manera de satisfacer sus necesidades.
Por supuesto, que la educación sigue siendo necesaria para que el ser humano se cultive en los valores de tolerancia y respeto, ya que esta nueva sociedad de consumo, ha traído consigo «crisis de valores», que se manifiestan en los ciudadanos mediante conductas de autodestrucción, baja estima, desvalorización, intolerancia, desmotivación, individualización, por mencionar algunas.
Cuando decimos que esta sociedad ha traído crisis de valores, nos referimos, a la influencia de maneras de vivir y ser de otras sociedades, que han llegado a los jóvenes a través de los medios de comunicación masiva. Y no podemos dejar a un lado el conflicto con las generaciones precedentes y su forma de pensar que ha generado un gran distanciamiento y en muchos casos una nula comunicación.
Sumado a lo anterior, tenemos la permanente mala situación económica que vive el país desde mediados de la década de los 70 del siglo anterior. La delincuencia (que ha entrado por vía del cine y la televisión, y, de manera relevante, por la necesidad económica), el narcotráfico, el desempleo, la crisis familiar, etc., son algunas de las cosas que necesitan ser combatidas por la educación y los valores que son concomitantes a ella. Existe la necesidad de frenar o inhibir estas tendencias generadas por transformaciones globales del modelo económico imperante, que se perciben en conductas deshumanizantes de los individuos y que vemos reflejados en los continuos asesinatos y violaciones al estado de derecho, además de corrupción en la política y la consiguiente desconfianza en las instituciones «democráticas» del país.
Sin embargo, la realidad nos dice que una mayoría de nuestros jóvenes entre los quince y los veinte años, se encuentra lejos de las escuelas. Además, los que llegan a nuestros planteles, lo hacen con la convicción de que estudiar ya no es la garantía de un futuro estable, ni económica ni socialmente hablando.

En la actualidad, la educación, en algunas instituciones, busca revertir o erradicar estas tendencias mediante el fortalecimiento de la «educación de calidad»(1), fundamentada sobre la base de formar seres humanos íntegros, plenos, basados en valores que fortalezcan su identidad, y que los remitan a la moral individual y a la ética social.
La formación educativa, en el sentido ético, aporta al individuo la capacidad de autonomía en el criterio propio y objetivo, y que le permite, y le permite desarrollar la voluntad necesaria para vencer las dificultades que se presentan en el obrar del hombre, superándolas de acuerdo con las exigencias de la dignidad humana.
Así pues, la formación ética coadyuvará a la construcción de una recta conciencia y al desarrollo de una fuerza moral para obrar de manera autónoma. Es la autonomía moral la que capacita al individuo para transformar las ideas en principios, desde los cuales se discierne la bondad o la maldad de los actos humanos y la que permite actuar en consecuencia.
La ENP, dentro de su misión, establece educar integralmente a los alumnos, lo cual implica ir más allá de una imposición ideológica, ya que significa prepararlos para los retos que el mundo les enfrenta, justamente ahora que ese mundo entra a la intimidad de las personas a través de los medios de comunicación masiva. Ya no podemos, solamente, ver al mundo con ojos de univocidad. El mundo es multívoco y exige que estemos preparados de esta forma. Esta educación integral, lleva implícita la formación en valores, ya que educar sin valores, no es educar (Schmelkes).
En el ámbito educativo, este tiempo se caracteriza, obviamente, por la producción acelerada de conocimientos disponibles a través de la tecnología de la información y la comunicación. En la educación se habla de formación integral para el alumno, del aprendizaje para la vida -basado entre otras premisas en la de aprender a ser y aprender a convivir, se habla de formar ciudadanos autónomos, con capacidad crítica, con pleno desarrollo de sus competencias, intelectuales analíticos, reflexivos, creativos, con conciencia de que deberán estudiar y capacitarse para la vida, emprendedores, con capacidad innovadora, con dominio del uso de nuevas tecnologías, capaces de resolver problemas —pensamiento complejo—, aptos para tomar decisiones y para enfrentarse a los retos que impone su generación. Todo ello nos obliga al replanteamiento de los métodos de adquisición de conocimientos; del modo de transmitirlos, de enseñar y evaluar por parte de los profesionales, de convivir con los demás, de aprender, asumir, vivir y transmitir valores entre otros.
Las exigencias sociales para los egresados de las instituciones educativas son cada día mayores. Hablamos de mejorar la «calidad educativa» con un perfil de egresados diferente a la actual.
En el contexto de hoy se establece una nueva relación pedagógica, en donde el docente para lograr la educación de calidad, deberá desarrollar en el estudiante nuevas formas de ser, hacer, aprender, vivir y convivir.
Sin embargo, en la Preparatoria Nacional existe la conciencia de que por nuestras aulas pasan no únicamente estudiantes, sino seres humanos, personas que tienen diferentes roles en la sociedad. Es por esto, que ahora, en algunos planteles se está buscando que la formación sea, verdaderamente, integral, esto quiere decir, que comprenda también la realidad del intercambio personal y social, en otras palabras, de la convivencia cotidiana.
No obstante, formar ciudadanos no es labor únicamente de la escuela, pero no podemos dejar de lado nuestra responsabilidad. Conocemos que nuestro trabajo es con adolescentes, en el sentido de ir creciendo para alcanzar la plenitud. En esta etapa el joven está en busca de su identidad y sufre crisis, conflictos y contradicciones (2).
Según Ericsson (1994) la identidad es la experiencia interna de la mismidad, de ser nosotros mismos en forma coherente y continua, a pesar de los cambios internos y externos que enfrentamos en nuestra vida (p 250).
Para Fernández Moujan (1974), la lucha por la identidad es reconstruir la realidad del mundo interno y los vínculos con el mundo externo, con el fin único de ser uno mismo en el espacio y en el tiempo en relación con los demás y con el propio cuerpo (pp. 20-21, ambos citados por Krauskopf 1995, pp 40-41).
Durante esa crisis de identidad se identifica, y hacerlo así no es otra cosa que intentar recuperarse de esa crisis, introyectando o incorporando imágenes externas que pueden estar basadas en copiar o asimilar figuras de personas, que le provocan cierto equilibrio a sus emociones en conflicto(3).
En este punto el profesor debe adquirir conciencia de que frente a él hay seres humanos, iguales a él en dignidad y dignos de respeto; por lo que debe prepararse continuamente, no solo en su asignatura, sino en su propia formación como ciudadano comprometido con un rol determinante en la vida de otros seres humanos.
Es aquí donde la figura del docente responsable de su quehacer cotidiano (vocación) cobra importancia al incidir en un proceso de aprendizaje en los estudiantes. Este tipo de profesor al actuar como guía, orientador y con visión humanista, apoya a la formación integral del alumno al integrase en su problemática académica, logrando con ello impactar efectivamente en el proceso de aprendizaje, a través de la generación de nuestros conocimientos y del desarrollo de habilidades, que se reflejan en actitudes positivas ante la vida y el aprendizaje; que además coadyuven en la formación, transformación y potencialización de las personas a partir de sus propias limitaciones.
1. Educación de calidad es aquella que propone objetivos de aprendizaje relevantes y consigue que los alumnos alcancen en los tiempos previstos. El programa Nacional de Educación (PRONAE 2001-2006) considera que la buena calidad educativa implica junto con otros elementos.
- Buenas calificaciones, concebidas como medios necesarios, aunque no suficientes, para la mejora continua.
- La divulgación de los resultados de las evaluaciones, con el propósito de utilizarlos para la toma de decisiones.
PISA PARA DOCENTES. La Evaluación como oportunidad de aprendizaje. INEE. SEP: México, 2005
2. Montiel Martínez, Arturo. Acercamientos y puntualizaciones a la conceptuación de la adolescencia, en Revista Ensayos del centro de investigación, Tomo 2, pág. 57.
3. Ibid p 58
Este artículo fue publicado por primera vez el 31 de octubre de 2008 en la Revista virtual VBco.Therapy.